Torredembarra combina un pasado glorioso con un presente lleno de atractivos turísticos. Dos poderosas razones para visitar uno de los municipios de la Costa Dorada de mayor interés para el viajero. Cerca de este pequeño pueblo marinero, en los Munts, en la vecina Altafulla, se excavó una notable villa romana. Con esta excusa el viajero se dirige hacia tierras catalanas.
De origen romano, el núcleo urbano y poblacional de Torredembarra comenzó a hacerse de notar con la llegada de los árabes a la Península Ibérica. Dominarán toda esta zona hasta el siglo XI, cuando pasa a convertirse en zona fronteriza de dominación cristiana.
Torredembarra pasó por las manos de varias familias nobles catalanas. Desde 1391 los dominios sobre el lugar recayeron en Pedro de Icart y sus descendientes durante los siguientes tres siglos. Edificarán un castillo y dotarán a la población de murallas.
Un hecho histórico que marcó el devenir del pueblo fue la batalla de Torredembarra, que enfrentó a las tropas de Felipe V contra los partidarios de la Corona de los Austria en el año 1713.
El final de la Guerra de Sucesión (1700-1714) tuvo una consecuencia indirecta para la villa, que terminó convirtiéndose en una población abierta al comercio. Las nuevas autoridades borbónicas sustrajeron el derecho de entrada de mercancías a la aduana marítima de Tarragona y lo concedieron en exclusiva a Torredembarra. A partir de aquel momento, la localidad atrajo a comerciantes de otras localidades del Camp de Tarragona y también de Italia. Además, un buen número de habitantes de Torredembarra, hasta entonces agricultores o marineros, se dedicaron al comercio marítimo.
En 1771, el puerto de Tarragona recuperó el derecho de entrada. Siete años más tarde, el rey Carlos III promulgó el Decreto de Libre Comercio y empezó la emigración catalana hacia América.
Hasta mediados del siglo XIX, fueron muchos los habitantes de Torredembarra que viajaron al otro lado del Atlántico.